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02/05/2024

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Lula da Silva, derrumbe, final y decepción por las alianzas que no logró construir

El ex presidente acaba en la cárcel posiblemente sin comprender por qué el poderoso empresariado de su país no compró su proyecto.

Por Marcelo Cantelmi para clarin.com

Entre las numerosas frases que se le atribuyen a Lula da Silva, hay una que exhibe su profundo pragmatismo y el lugar político que acabó eligiendo y marcó en gran medida sus dos gobiernos. “Si uno conoce a un izquierdista muy viejo es porque debe estar en problemas…” La cita continúa con una reflexión: “La gente se transforma en el camino del medio.. quien vas más de derecha va quedando más de centro, y así quien está más de izquierda…”.

En las horas bajas actuales, con la celda inevitable en su camino, el líder del PT padece menos ese infortunio que su frustración por no haber podido convencer al establishment de que puede ser el timonel que rescate a Brasil y recupere su tasa de acumulación. Lula está convencido que la justicia actuó en su contra tironeada por los hilos de una estructura de poder económico que decidió descartarlo. Revolea en la intimidad los números notables del crecimiento de Brasil durante sus dos mandatos y el aumento de la clase media consumidora que incorporó en esos años, 34 millones de brasileños.

Esos son los presupuestos con los que intentó salvar el gobierno de su sucesora Dilma Rousseff cuando el país comenzó a derrumbar su crecimiento año tras año. Después de la agónica reelección de la mandataria en 2014, fue Lula quien presionó para un giro al pragmatismo como el que impuso en sus dos gobiernos con un liberal en Economía y otro en la presidencia del Banco Central, el actual ministro de Hacienda, Henrique Meirelles.

La galera mágica de Lula sacó al monetarista ortodoxo Joaquim Levi, asesor de la campaña del rival de Dilma, Aecio Neves, para incorporarlo al gabinete en esos momentos amargos y operar las correcciones contra reloj. Pero el desgaste de la presidente imposibilitó ese avance, y el PT era un remolino de tendencias y crisis interna por la corrupción y la pérdida de líneas ideológicas.

El Parlamento además se oponía con un cierto cinismo a las medidas de ajuste, vaciando de capacidad de decisión al Ejecutivo. El ex mandatario entonces arremetió para asumir como jefe de Gabinete de Rousseff , que implicaba que sería en adelante el verdadero conductor del país y en las sombras y quien se ocuparía de intentar cuadrar la economía. No funcionó, nunca llegó a ese sillón.

El núcleo más fuerte del poder económico de San Pablo, que había logrado seducir con esfuerzo durante sus dos gobiernos, lo descartaba. Un sector muy duro de ese vértice decisorio comprendía que tenía una oportunidad para fulminar al PT y sus prejuicios socialdemócratas para avanzar a un esquema de concentración como el que se va imponiendo en el mundo y con alguna cuota de autoritarismo como expone en estas horas la vibra militar. La remoción de Rousseff por el Parlamento formó parte de esa estrategia. La ex presidente fue derribada sin ningún cargo en su contra, a excepción de su ínfimo poder político para resolver la crisis.

El país seguía en el derrumbe con su economía encogiéndose hasta casi un 10% en tres años, una descomunal pérdida de riqueza. El experimento con el ex vicepresidente de Rousseff y aliado histórico del PT, Michel Temer, concentró la expectativa de un cambio desde la superestructura. Se avanzó en algunas medidas de corrección y reducción del gasto. Temer, al revés que Rousseff, contaba, además, con apoyo parlamentario, aunque desgajado por los negociados que fueron volteando a parte de su gabinete y a las presidencias de las dos cámaras que retenían su propio partido, el PMDB. Sin embargo, el respaldo en la calle era mínimo para llevar adelante las medidas quirúrgicas necesarias.

Lula tenía un liderazgo amplio en las encuestas para las elecciones de octubre. Al margen de los discursos de campaña, eran pocas las dudas sobre que su eventual ministro de Economía sería Meirelles, y que el ex sindicalista metalúrgico se ocuparía de mantener y administrar las medidas de ajuste que pergeñaba el ejecutivo debilitado de Temer. Pero Lula jamás logró convencer a ese poder que necesitaba como aliado en el intento. La cárcel, en su íntimo pensamiento, fue la respuesta que recibió para su proyecto de ajuste y contención.

Al cabo queda una paradoja. El ex presidente, como lo señalaba en aquella cita, es el único político de centro con cierto poder en un país donde la credibilidad de la gente hacia su dirigencia está en los abismos. Pero tampoco el PT debería ilusionarse con eso. Quedó claro que ese proceso de disolución también acabó golpeando a su partido y a su liderazgo atento al relativo apoyo que el ex mandatario logró en el país y en San Pablo –donde nació su carrera sindical y política- en estas horas dramáticas. Tendrá mucho Lula que reflexionar desde la cárcel. Pero no sólo él.