Por Martín Tactagi (*)
En los primeros meses de la pandemia, las voces más optimistas anunciaban que saldríamos mejores. No había argumentos, había esperanzas. Los últimos tiempos han expuesto el odio exacerbado de una parte de la sociedad contra los más humildes, demoliendo aquellas esperanzas. Desprecio que es acompañado por la defensa de los grupos concentrados de poder. ¿Por qué una maestra, un maestro, defienden a un poderoso que se apropió de una escuela pública? ¿Qué lleva a sectores populares a poner en riesgo su vida en movilizaciones que defienden las fortunas de quienes los empobrecieron? Intentaremos dar respuestas a estas preguntas que nos atraviesan, interpelan y conmocionan.
En La metamorfosis de la cuestión social, Robert Castel, sociólogo francés, advierte un cambio en la construcción del enemigo de las clases trabajadoras francesas. Señala que el odio que los sectores populares profesaban por la burguesía, mutó en las últimas décadas hacia los sectores más humildes que viven de los subsidios del Estado.
Sin ánimo de trasladar aquellas afirmaciones a nuestra realidad, nos interesa recuperarlas para reflexionar en el camino de abrir las preguntas planteadas más arriba. ¿Qué motivó esta mutación? ¿Cuál es el origen de esta transformación? ¿Por qué hay sectores populares que orientan su odio hacia el interior de su propia clase?
Las usinas del poder neoliberal fueron productoras de nuevas relaciones sociales conforme a las necesidades del Mercado. De modo simultaneo, conformaron un complejo dispositivo ideológico que irradiara discursos hacedores de amigos y enemigos. Había que desarticular las conquistas populares producidas por el Estado social.
En La metamorfosis de la cuestión social, Robert Castel, sociólogo francés, advierte un cambio en la construcción del enemigo de las clases trabajadoras francesas. Señala que el odio que los sectores populares profesaban por la burguesía, mutó en las últimas décadas hacia los sectores más humildes que viven de los subsidios del Estado.
Para la construcción de esos enemigos, fue necesario socavar las bases fundacionales de aquel Estado social o benefactor. Incluso, ir más a fondo y devastar los andamios que hicieron posible ese Estado. Es decir, desarticular el entramado de redes populares producido por sindicatos, clubes y escuelas.
Entramado cultural y político donde los sectores populares configuraban su conciencia de clase. Así, las medidas económicas en favor del Mercado y en contra del cuerpo social (privatizaciones, despidos, flexibilización laboral, etc.) fueron acompañadas de una feroz campaña propagandística orientada a demonizar la unión de los trabajadores a través de su sindicalización. En nombre de gremialistas corruptos y politizados, hoy se sigue promoviendo su desafiliación en lugares donde esta es voluntaria, como los trabajadores docentes y estatales.
Lo público pasó a formar parte del pesado lastre del que había que desprenderse. Se promovieron las privatizaciones de las industrias, los caminos y los servicios públicos, al mismo tiempo que se provincializó la educación pública, favoreciendo su privatización. Fue el vigor de los estudiantes universitarios lo que impidió el arancelamiento de las universidades.
Esta embestida contra lo público y popular, desarmó las redes de contención que las clases populares habían construido a lo largo de un siglo. Los inicios del 2000 expusieron un escenario de desocupación y miseria que encontró reparo en la ruta, junto a los movimientos piqueteros. La experiencia histórica sindical de la clase obrera, se trasladaba a la ruta, a las ollas populares y al piquete.
Entonces, las usinas del poder produjeron un nuevo enemigo; el choriplanero. A través de un discurso ungido por el desprecio, encadenaron al viejo problema de lo público y de los sindicatos, el nuevo problema de los que “viven de la teta del Estado”. Se cargó sobre sus espaldas el déficit fiscal. El problema se sintetizó en dos enunciados: Hay que achicar el Estado, no podemos seguir manteniendo vagos.
Pero con el odio solo no alcanza. Es necesario construir esperanzas. Entonces el poder, al tiempo que construyó pares indivisibles: la corrupción y el sindicato, los vagos y los desocupados, el déficit fiscal y los subsidios, la escuela pública y la decadencia educativa, entre otros; al tiempo que produjo estos pares, también ofreció sus propios héroes, que habiendo salido de los mismos contextos de pobreza, se convirtieron en algo distinto a los gremialistas y los choriplaneros. Surgieron así los pobres sacrificados y honestos que se imponen a las adversidades para convertirse en algo distinto.
El mercado encontró en la meritocracia y en la resiliencia las expresiones de esperanzas que necesitaba como par dialéctico del odio. Y fueron sus medios de comunicación quienes realizaron la puesta en escena de amigos y enemigos. Las historias de niños y niñas caminando cinco kilómetros para conseguir wifi, el joven universitario que mantiene sus estudios vendiendo cartones, el padre que trabaja veinte horas diarias para que sus hijos no mueran de hambre, se enarbolan cada día como bandera del sacrificio puritano. En lugar de cuestionar las injusticias que encierran esas historias, se las contrapone con el piquetero que corta una calle, con un militante que va a un acto político o con el gremialista que llama a la huelga. Vale decir, se alienta el sacrificio de los que fueron condenados a vivir en la miseria al tiempo que se condena la construcción del sujeto político que cuestiona esas injusticias.
Esta embestida contra lo público y popular, desarmó las redes de contención que las clases populares habían construido a lo largo de un siglo. Los inicios del 2000 expusieron un escenario de desocupación y miseria que encontró reparo en la ruta, junto a los movimientos piqueteros. La experiencia histórica sindical de la clase obrera, se trasladaba a la ruta, a las ollas populares y al piquete
Es a través de estos relatos que los grupos concentrados del poder nos ofrecen construir nuestras ideas y sentimientos. Relatos que unieron la imagen del campo con el trabajo duro y honesto, que además genera las riquezas que el país necesita. Por eso no es extraño que frente a la imagen de un militante político vinculado a la cultura popular, ingresando al campo de un reconocido terrateniente, la opinión de sectores populares se incline por el rechazo al sujeto político. El relato configuró ese modo de sentir y pensar.
El odio de los sectores populares dirigidos hacia su propia clase, es ajeno. Fue configurado por los grupos concentrados de la economía, en virtud de sus propios intereses. Situaciones análogas se observan en las manifestaciones de los “anticuarentena”, cuyas banderas son las de la libertad. Las mismas consignas que esgrimen los grandes empresarios y sectores liberales, abrazando la libertad de Mercado, a costa de la salud de la población.
Son tiempos complejos, donde los enunciados del poder se consumen a diario como parte de una realidad naturalizada, y donde las voces que los cuestionan, deben alzarse para ser escuchadas. Son esas voces, las acciones que acompañas esas voces, las que deben orientar nuestras ideas y nuestros pensamientos.
Los relatos del poder se han configurado para aceptar las injusticias del hambre y la indigencia. Producir nuestros propios relatos, es una de las tareas que debemos recuperar como clase. Tenemos una historia vasta en la que debemos abrevar para actualizarla y desnaturalizar las injusticias.
La esperanza siempre estuvo unida a las luchas de las clases populares. Es necesario recuperarla para oponerla a los discursos del odio.
(*) fuente: riobravo.com.ar
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