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25/04/2024

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LOS «SANGUCHES» DE MORTADELA

LA FAMOSA ISLA MACIEL

Cada vez que hacemos picada en casa me compro cien de mortadela. Es muy de vez en cuando, y digo me compro porque es así, literal. Soy el único que la come. Es más, mi familia hasta se enoja y yo hasta me he parado de manos frente a mis hijas pequeñas para salir en defensa de tan noble fiambre. “Con la mortadela no se jode” he dicho casi sacado. Nunca supe porqué me gustaba tanto hasta anoche que develé el misterio. Que tendrá que ver la famosa Isla Maciel con la mortadela se preguntarán. Les cuento:

Hace unos dos o tres años el mensaje cae y al abrirlo me tiembla todo. No sé qué me pasa, pero una mezcla de piel de gallina, escalofrío, sorpresa, asombro, taquicardia. Todo eso en un segundo al recibir el mensaje que es una foto. Una foto que amplío y es la formación de San Telmo, tercera división año 1986. Yo estoy ahí sentado al medio con dieciséis años, hace más de treinta . Los recuerdos inundan la mente inmediatamente y la emoción me atrapa. Por suerte estoy solo en casa y no debo esconderme para que no me vean. Las lágrimas en los hombres están mal vistas.

Yo subo en ese momento la foto a mi Facebook y como por arte de magia y gracias a las redes les llega a un par de los que están ahí en la foto pero no había visto nunca más, ya que hace treinta años me vine a vivir a Mar del Plata: Ugo sin hache (Ugolini, un tres que la rompía toda y que hizo gran carrera luego en el ascenso) y al Negro Blanco. Hablamos algunas veces contentos por el reencuentro.

En estos años el Negro Blanco juntó gente y armó un grupo de WhatsApp. Esto sucedió hace unos días. La cuestión es que en el somos generalmente quienes hicimos inferiores en San Telmo entre el 85 y el 89/90. Algunos integramos plantel de primera un par de años, otros jugaron en otros equipos del ascenso. La cuestión es que estamos unos cuantos ahí en el grupo, y se van sumando.

Entonces a todos nos está pasando lo mismo. Nos volvemos locos de alegría al acordarnos de cosas. Somos unos cuantos, no me acuerdo de todos ni todos se acuerdan de mí. Pasó mucho tiempo y en las fotos actuales no nos parecemos ni un poquito. Donde había pelo no lo hay, donde había rulos hay canas, las panzas son impresentables. Pero todos tenemos cosas en común. Primero haber defendido esa camiseta. Y llevar la de Telmo es cosa seria. Atrás de la camiseta hay historia. Hay pueblo y hay gente sufrida. Es la Isla y son los laburantes. Tenemos en común haber entrenado en la Isla años. Entrar a la Isla no era fácil. Todos teníamos miedo de entrada, quien diga que no, miente. Después, con los años ya era normal para nosotros. Las “Chicas” de la primera manzana ya nos saludaban. Se comenta por ahí que hasta alguno se paraba y tomaba mate con alguna. Y seguro algún romance hubo. Tenemos en común haber corrido por los terraplenes donde se construía el acceso sudeste con el Negro Horacio Vañasco (nuestro primer técnico y referente) al frente. Tenemos en común haber sufrido algún choreo en la Isla, pero también tenemos en común el haber recibido el amor de los hinchas todos los sábados y ese era lo más fuerte. Teníamos en común entrenar cómo y dónde podíamos, con agua fría en las duchas, pero también teníamos en común recibir mate cocido con Sanguches (no sándwiches) de mortadela después de los partidos de “dirigentes” inolvidables como Beto Dileva, Cotelo o Huerga. Tipos grandes y laburantes que metían tiempo y seguramente algunos mangos para que nosotros, unos pibes de barrios pobres podamos jugar y morfar algo después de jugar y solo por amor a los colores.

Aparecen las anécdotas, los viajes a canchas jodidas como Villa San Carlos, Laferrere o Berazategui los domingos a las seis de la mañana para jugar a las 9. Aparecen las piñas dadas y recibidas en grescas imborrables, los goles errados y los convertidos. Aparecen nuestros viejos y madres (que algunos ya no están) llevándonos a todos lados y juntando monedas para el colectivo para que podamos entrenar. Aparece la banda de Monte Chingolo que venían en el 373 (la chancha), aparece la banda de La Boca que cruzaba en las lanchitas el Riachuelo. Aparecen nombres de los Jugadores de primera que eran nuestros ídolos como Pachorra Smaldone, el Turco Pontelli, Locatelli, Tabita García, el Mono Mena en el arco, el mismo Ugolini, Centrone. Aparece Sergio Pantano que además de romperla toda alguna vez se animó a contarnos alguna cosa de Malvinas donde había estado hacia poquito defendiendo la bandera y el país. Aparece el Yacaré Baez (que hoy no está pero está en el recuerdo de todos nosotros, entonces está) discutiendo porque quería “dos sanguches de mortadela y no uno” para todo el grupo porque “los pibes tienen hambre”. Aparece a cada rato el recuerdo de la mortadela en esos sanguches de pan francés.

Aparece de todo y nos reímos y carraspeamos para que no se nos note la emoción. Somos muy boludos los hombres, no nos permitimos llorar ni por WhatsApp. Entonces nos preguntamos porque tanta emoción. Y me parece que el amor que sentimos por este club que compartimos hace treintaypico de años tiene que ver con la pasión. Pero además con habernos hecho fuerte en condiciones difíciles. Esto de ser la mayoría de familia de laburantes, de juntar las monedas, de entrenar y bañarnos con agua fría, de entrar y jugar en la Isla todos los días. Esa famosa Isla Maciel que sigue siendo un mito. Éramos pibes que queríamos ser lo que la mayoría de los pibes de este país quieren: jugadores de futbol. Y ahí fuimos eso. Fuimos jugadores de futbol. Fuimos jugadores a una edad donde este club nos dio la posibilidad de estar ahí y no en la calle. Muchos de nosotros sin San Telmo anda a saber dónde estaríamos ahora. San Telmo y el grupo nos enseñaron el sacrificio y sentido de pertenencia. Y eso dura toda la vida. Vivo como les conté en Mar del Plata desde los 20 años, y nunca se me pasa un fin de semana sin mirar o averiguar como salió Telmo. Y a cada lugar que voy digo “yo jugué en San Telmo”, y se me infla el pecho.

Anoche me desperté y me desvelé a eso de las tres de la mañana. Algo que me parece nos pasa a muchos en esta cuarentena. Y mi cabeza se fue la Isla y entonces semi dormido, ni sé a qué hora me di cuenta porqué y desde cuando me gusta la mortadela. Y por eso la defendía a capa y espada, como en las peleas en cancha cuando éramos pibes, espalda con espalda. Cosas que se guardan en el inconsciente, subconsciente o algo así dicen los psicólogos.

Cuando pase la pandemia habrá asado de reencuentro y soñamos con partidito en la Isla. Entonces quizás logremos lo que todos soñamos alguna vez: volver a ser pibes, con la vida por delante y la del candombero en la piel. Para picar antes del asado, voy a llevar mortadela.