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18/04/2024

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A 14 años de la muerte de Raúl Alfonsín: ¿qué posición tomaría en el escenario político 2023?

Escrito por Oscar Muiño

¿Elegiría construir una opción de centroizquierda o se mantendría dentro de Juntos por el Cambio? Lo que es seguro es que estaría en contra de la grieta. Sus políticas a favor de la integración regional y su posición frente a los conflictos internacionales. El legado de un estadista con sueños

Con noventa y seis años a cuestas, encorvado, pero digno sobre su bastón, con traje y corbata aunque el calor arrecie, listo para hacer cola para votar en la escuela de siempre en Chascomús, Raúl Alfonsín asistiría con angustia a esta Argentina doliente de 2023. A catorce años de su muerte, a cuarenta de la inolvidable campaña electoral que lo alzó en triunfo y terminó para siempre con las dictaduras militares, la convivencia que soñó se aleja del horizonte.

El Miedo a La Nada

Sus preocupaciones serían las de siempre, agravadas. Nunca tantos argentinos malvivieron con tan pocos ingresos y tantas dudas sobre el futuro, nunca tantos pobres, nunca tan debilitado el país. Nunca honrados ciudadanos obligados a encerrarse en sus casas a la caída del sol para evitar un bandidaje desbordante. Nunca peor atención en los servicios públicos ni abusos en las tarifas de las corporaciones dominantes, ni decaimiento de la educación primaria y secundaria, salud tan costosa y jubilaciones tan bajas que ignoran los aportes de cuarenta años.

Para peor, la proverbial vanidad criolla, casi fanfarrona, parece disolverse. No por el sentido común, sino por el desasosiego y la desconfianza en el futuro. Empieza a reinar la desesperanza. Por primera vez, El miedo a la nada.

Disolver la grieta

La grieta lo desesperaría, sin dudas. Ya en su acto final del Obelisco, en octubre de 1983, Raúl recordaba que había dos candidatos, dos fuerzas políticas, pero un solo pueblo. Alfonsín era pactista. Piloteó un proyecto de país cohesionado, libre y justo, autónomo y orgulloso. Se opuso en 1993 a la reelección de Carlos Menem y creó un Comando del No para enfrentar ese proyecto de reforma constitucional. Sin embargo, al ver que el radicalismo no lo acompañaba -”se me deshilacha el partido”- y que el PJ estaba dispuesto a todo para lograrla, aceptó una Reforma pactada para evitar el regreso a los “enfrentamientos irreductibles” que habían separado a la sociedad argentina entre 1946 y 1972. Eludir la repetición Peronismo vs. Antiperonismo.

Ahogado entre el populismo que aniquila el futuro y el neoliberalismo que ignora el sufrimiento, Alfonsín con toda certeza seguiría trabajando para abuenar los enconos, defender la democracia, valorar los derechos humanos, ampliar los derechos sociales y de la mujer. En el fondo, un político para quien la ética de construir una sociedad sin excluidos era un imperativo moral irrenunciable, trataría de disolver la Grieta y reconvertirla en una competencia electoral entre adversarios y no entre enemigos.

¿Qué hacer con Cambiemos?

En el ´83 ganó solo con la tradicional lista 3 del radicalismo, acompañado por votos (y dirigentes) de todo color: socialistas, demoprogresistas, conservadores, liberales, comunistas, peronistas jóvenes. Pronto habría de advertir que la boleta de la UCR no alcanzaba.

En los años noventa Alfonsín ya había aceptado que su Unión Cívica Radical necesitaría aliados para volver al poder y devino artífice de la Alianza del radicalismo con el Frepaso de Chacho Álvarez, un conglomerado donde convivía cierto progresismo liberal con peronistas que detestaban el giro neoconservador de Carlos Menem. Otra jugada sorpresiva fue buscar a un justicialista, Roberto Lavagna: “un candidato sin partido para un partido sin candidato” que arañó el 17 por ciento de los votos en 2007.

El 31 de marzo de 2009 Alfonsín muere. Su figura es cada vez más revalorada e impulsa un gran resultado electoral tres meses después para el Acuerdo Cívico y Social. Será el último intento de un frente de centro-izquierda con el radicalismo, el Partido Socialista y el ARI (hoy Coalición Cívica) de Elisa Carrió. 5.705.105 sufragios (sumadas diversas variantes) contra 5.544.069 del Frente para la Victoria kirchnerista. La alianza Unión PRO de disidentes justicialistas encabezados por Francisco de Narváez con apoyo de Mauricio Macri logra 3.675.747 votos, con un resonante triunfo en la provincia de Buenos Aires contra los “candidatos testimoniales” encabezados por Néstor Kirchner y Sergio Massa.

Ante los comicios generales de este 2023, Alfonsín enfrentaría un dilema. Como hombre de poder, impulsaría a la UCR hacia un espacio competitivo. ¿Cuál? Pronóstico difícil. Alfonsín nunca vibró de empatía con Mauricio Macri. Sin duda, se hubiera sentido más cómodo en una tercera vía como la Alianza de 1997 y 1999 o el Acuerdo Cívico y Social.

En 2023 la opción no parece cercana. ¿Elegiría Alfonsín construir una alternativa de centroizquierda, a la vez republicana y social, a riesgo de un resultado magro? ¿Quedaría en Cambiemos impulsando una candidatura radical que unificara el partido y desafiara la primacía del PRO?

¿Imaginaría patear el tablero? Obviamente, muy improbable un arrimarse al oficialismo, aunque el brote antisistema de Milei, Espert y ciertos halcones podría decidirlo a bucear algún acuerdo con sectores del Partido Justicialista para construir un “cordón sanitario” contra semejante amenaza.

Imaginar a Alfonsín ante la encrucijada electoral de 2023 resulta un pronóstico imposible. La realidad es esquiva para quien siempre ha soñado construir al mismo tiempo y con igual fervor una República que proteja a los débiles y una Democracia que respete las instituciones.

¿Volver a Alfonsín?

Me permito recordar el final de mi biografía sobre Alfonsín: él anhelaba mantener un Estado con trenes que funcionan, hospitales que atienden, maestras que enseñan, policía honorable y empleo en blanco para todo el mundo. Esa Argentina perseverante y decente, telúrica y cosmopolita, con gente altiva en una medianía tolerable, una pobreza decorosa es una tarea pendiente.

Pero si la presidencia Alfonsín fue la última oportunidad, el río de la historia arrastrará los derechos civiles, la libertad de expresión y las conquistas del liberalismo. Se irán su querida Unión Cívica Radical y el sistema de partidos que conocimos, la gloria del voto libre que demostró a cada peón que valía tanto como su patrón, el impulso al mérito complementado con la legislación social que defienda a los más vulnerables, la búsqueda del pleno empleo, la construcción, en suma, de un Estado de Bienestar. Si el legado de Alfonsín fuere de cumplimiento imposible, todo esto irá al furgón de los recuerdos.

Derechos humanos y corrupción

El Juicio a las Juntas convirtió a Alfonsín en figura mundial y cambió para siempre el derecho internacional sobre el terrorismo de Estado. Al ordenar la persecución penal contra los cabecillas militares, se cuidó de mantener el juicio en la órbita de los tribunales para garantizar el derecho de defensa a quienes se lo habían negado a sus víctimas.

Sabía de qué hablaba: llevaba una década en la defensa de los presos por causas políticas, estudiantiles y gremiales y desde 1975 en exigir valientemente la aparición de las víctimas del terrorismo de Estado que regaba de desaparecidos, tormentos y sangre la Argentina. Fue uno de los pocos.

Al mismo tiempo, rehuía el rol de denunciante de peculados. Arquetipo del político decente, Alfonsín era despectivo con quienes buscaban lucrar con la vida pública. Pero consideraba mucho más ruinoso para la República y su pueblo un proyecto político perverso que el soborno o el despreciado robo de caudales públicos. En otras palabras, Alfonsín deploraba las apropiaciones descaradas de 1990-99, pero consideraba mucho más destructivo un proyecto económico-social que habría de clausurar industrias, trenes y buques y sumir en el desempleo a millones de compatriotas. Sabía que la ruptura del tejido social era mucho más difícil de solucionar que la simple sustitución de un gobierno corrupto por otro honorable.

Amigos y Neutrales

En el fondo, Alfonsín creía en los buenos y los malos. Había palpitado con tristeza las derrotas de la República Española y su clausura, lo había alegrado con la derrota del nazismo hitleriano en la Segunda Guerra. Finalmente, tanto la República Española como la Gran Alianza de EEUU, Gran Bretaña y la Unión Soviética suponía la convergencia entre los adalides de las libertades occidentales y el jefe del socialismo mundial. Por algo se habían unido.

Alfonsín intentaría hoy, con certeza, ayudar a intentar una mediación neutral para la guerra Rusia-Ucrania. Toda su vida impulsó la paz entre las naciones y militó contra toda guerra. Cofundador del Grupo de los Seis por el desarme junto con otros próceres: la hindú Indira Gandhi, el socialdemócrata sueco Olof Palme, el guerrero de la independencia de Tanzania Julius Nyerere, el socialista griego Andreas Papandreu. Todos ellos, como Alfonsín, partidarios de la neutralidad en la Guerra Fría Washington vs. Moscú. Solo el sexto miembro, el mexicano Miguel de La Madrid, expresaba el punto cercano a los Estados Unidos, con el típico matiz azteca.

Alfonsín mantuvo su coherencia: con igual orgullo contradijo las posturas de Ronald Reagan en Estados Unidos y discutió en el Kremlin con los líderes de la Unión Soviética. Alfonsín compartía los valores de Occidente de “democracia plural sin restricciones ni censuras y actividad privada dentro de la economía”. Pero también elegía el camino de un Estado vigoroso para construir democracias sociales, al punto que llevó al radicalismo – hasta en entonces reacio a compromisos internacionales – a incorporarse a la Internacional Socialista. En ese espacio, debatía en sus últimos años contra el abandono de las banderas sociales por parte de muchos jefes socialdemócratas (empezando por el laborista británico Tony Blair) y anticipaba el avance de la inequidad.

Aumento de la desigualdad entre las clases sociales, pero también entre las regiones. Para Alfonsín, la contradicción fundamental es Norte -Sur. El rico hemisferio Norte debe permitir al empobrecido sur (África, América latina, el sudeste asiático) achicar la brecha en lugar de seguir ampliándola con los movimientos de capital, el control de las finanzas, la exigencia de abrir mercados para cerrar las fábricas débiles del Tercer Mundo y los países en desarrollo.

El eje de su prédica, sin duda, seguiría siendo la América latina. Vería esperanzado las victorias del chileno Gabriel Boric y el colombiano Gustavo Petro. Seguiría defendiendo los logros de Evo Morales en Bolivia. Seguiría alarmado ante la inestabilidad institucional del Perú.

Estaría furioso, en cambio, con el devenir en Venezuela y en Nicaragua. En Venezuela Alfonsín percibía ya la ambivalencia de Hugo Chávez, surgido de un golpe militar, pero que conservaba el voto mayoritario. Hoy compararía aquellos días con las persecuciones y proscripciones de Maduro, el formidable y doloroso éxodo de sus compatriotas. Muy probablemente, Alfonsín intentaría una mediación, acaso acudiendo a la influencia vaticana de su conocido cardenal Bergoglio, devenido Papa Francisco. Con Nicaragua sería seguramente aún más duro: Alfonsín fue el impulsor del Grupo Apoyo a Contadora con el que América Latina bloqueó el intento de invasión de Estados Unidos sobre una Nicaragua mucho más democrática que la de hoy en los años ochenta. Nicaragua ha devenido una tiranía, y seguramente Alfonsín no olvida la complicidad de miembros de aquel régimen en el sangriento ataque contra el cuartel de La Tablada, en las postrimerías de su presidencia.

Su principal objetivo, de todos modos, seguiría siendo la integración con el Brasil en el Mercosur. El espacio donde él puso los pilares fundacionales. Hubiera sufrido con los populismos derechistas de Jair Bolsonaro y los de Donald Trump y hubiera aplaudido la derrota de ambos. Se hubiera alegrado del asombroso recibimiento de ayer del presidente Joe Biden a Alberto Fernández. La rareza de un encuentro de hora y media de un presidente norteamericano con su staff completo en economía, política exterior y seguridad es un buen dato para la Argentina. La generosidad de Alfonsín siempre elegía que al país y a sus ciudadanos les fuera mejor, aun al precio que sus rivales políticos (como lo sería sin dudas el Frente de Todos) pudieran lograr alguna ventaja.

Al fin y al cabo, Alfonsín nunca fue un político de ventajitas sino un estadista con sueños.